Cuando entre 1909 y 1910 llegaron a América Latina los primeros testigos del pentecostalismo, lejos estaban de suponer aquellos improvisados misioneros la magnitud que alcanzaría en pocas décadas el movimiento al que daban origen. No existen cifras confiables sobre la «población pentecostal» del continente, pero basta decir que la Iglesia Evangélica sería hoy una minoría imperceptible si no fuera por la presencia pentecostal.