Cualquier observador un poco atento de la realidad descubre hoy dos maneras de anunciar el Evangelio. La mayoría de las veces oímos hablar de Dios como una especie de Papá Noel bonachón dispuesto a ayudar a cualquiera que quiera salvarse a sí mismo mediante su propia decisión. A esta manera de considerar el Evangelio se la llama la “regeneración decisoria”, pues al igual que la “regeneración bautismal”, pone la salvación en manos del ser humano exclusiva y decisivamente.
Dicha interpretación del Evangelio hace contraste con el antiguo anuncio de la gracia de Dios que redime verdaderamente al pecador porque concibe su salvación como una obra enteramente divina desde el principio hasta el final.
Los dos enfoques representan dos maneras distintas de entender al ser humano (totalmente pecador o pecador a medias), dependiente absolutamente de Dios o solamente en parte. El plan de la salvación se concibe o bien como algo que hace Dios o como lo que llevan a cabo el hombre y Dios poniendo el acento decisivo en la gestión humana más que en la divina. La “regeneración decisoria” cree que la fe es fundamentalmente la contribución del hombre a su propia redención, mientras que el viejo Evangelio de la Reforma, y de la Biblia (Ef. 2:8), enseñaba: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”.
En un caso se da toda la gloria por la salvación de los pecadores a Dios, en el otro esta alabanza se divide entre Dios y el hombre.
La Biblia es inequívoca al respecto. Ya en los remotos tiempos de la antigua Alianza, escuchamos la confesión del profeta Jonás enviado a Nínive como evangelista: “La salvación es de Jehová” Y Jeremías nos ha conservado el clamor de Efraín : Conviérteme y sere convertido, porque tu eres el Señor mi Dios” (Jer. 31:18) que expresa la total impotencia del ser humano frente a todos los equivocados mensajes que apelan a la “decisión” como base de la salvación. Necesitamos a Dios, dependemos de Él, y el mensaje bíblico nos invita a echarnos en sus brazos y confiar en su sola misericordia.
En este excelente tratado, James Adams explica claramente el verdadero significado de la regeneración bíblica y la forma en que el Evangelio ha de ser predicado y aceptado, en total y absoluta depen dencia del Dios trino y santo. El cristianismo vive tiempos de crisis. Y el cristianismo evangélico no es una excepción. Desgraciadamente, existe mucha confusión alrededor de algo que debiera estar muy claro, diáfana mente claro, el testimonio del Evangelio.
Como bien señala Jaime Adams, Cristo no se sirvió de ambigüe dades: el nuevo nacimiento es una obra de Dios, no una obra humana. La regeneración es un cambio que se lleva a cabo en nosotros, pero no somos nosotros quienes lo conseguimos ni por nuestros esfuerzos ni nuestros méritos. Sin embargo, el sonido de muchos púlpitos es incierto al respecto, así como la teología y las vivencias religiosas de muchas iglesias.
Los hijos de Dios, enseña la Escritura, “no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:13). No obstante, la “regeneración decisoria” que hoy practican un gran número de comunidades, pese a ser uno de los errores más recientes históricamente hablando, presenta el Evangelio como la posibilidad de autorregenerarnos nosotros mismos.
Acogemos con mucha alegría la publicación de este breve, pero sustancial y profundo, trabajo de Jaime Adams por lo que representa no solo de refutación de graves errores, sino de exposición positiva de la verdad evangélica. Se trata de un libro que necesitamos. Como se señala en la introducción, comprender la enseñanza de Cristo sobre el paso de la muerte a la vida es una cuestión de vida o muerte.
Tenemos que evangelizar de acuerdo con el modelo que nos dejó Jesucristo y de conformidad con sus enseñanzas. Dios nos libre de la pretendida evangelización antropocéntrica que no busca más que amontonar “decisiones” por medio de métodos puramente psicológicos.
Las páginas que siguen ayudarán al lector a tomar conciencia de la realidad actual: lo que se predica en muchas iglesias no ayuda a la promoción de la auténtica espiritualidad bíblica, ni a la reve rencia, ni a la humildad, ni a la consagración a Dios y el servicio al prójimo. La supuesta “decisión que regenera” no regenera nada y es urgente volver al puro Evangelio de la gracia, el mensaje que da toda la gloria a Dios. Soli Deo gloria.