Tres principios aparentemente ordinarios moldean y fortalecen la vida cristiana: escuchar la voz de Dios, hablarle en la oración, y reunirse con su pueblo como iglesia. Si bien parecen normales y rutinarios, los «hábitos de gracia» cotidianos que cultivamos nos dan acceso a estos canales diseñados por Dios por los cuales fluyen su amor y su poder, incluyendo el mayor gozo de todos: conocer y disfrutar a Jesús.