El evangelio de Jesucristo está inserto siempre dentro de un contexto cultural específico. Pero, ¿cómo debemos abordar los cristianos la compleja relación entre nuestra fe y la cultura que nos rodea? ¿Debemos limitarnos a apartarnos de nuestra cultura? ¿Debemos identificarnos con sus prácticas y su cosmovisión? ¿Hasta qué punto es importante que participemos en ella? ¿Y cómo podemos hacer eso con discernimiento y fidelidad? William Edgar nos ofrece una rica teología bíblica que tiene en cuenta nuestra cultura contemporánea, una teología que afirma que los cristianos deberíamos (de hecho, debemos) participar de la cultura que nos rodea.
Al analizar lo que tiene que decir la Escritura sobre el papel de la cultura y extrayendo conclusiones de obras de diversos teólogos (incluyendo a Abraham Kuyper, T. S. Eliot, H. Richard Niebuhr y C. S. Lewis), Edgar sostiene que la participación cultural es un aspecto fundamental de la existencia humana. No rehúye aquellos pasajes que subrayan la distinción entre los cristianos y el mundo, pero al recurrir al testimonio bíblico descubre nítidas evidencias que respaldan una sólida defensa del mandamiento cultural “fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla” (Gn. 1:28). Edgar arguye, con claridad y sabiduría, que cuando participamos en la creación de cultura es cuando somos más fieles a nuestro llamamiento como criaturas de Dios.
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