Capítulo 1: Los dones del predicador
El asunto que tenemos ante nosotros es el de los dones del predicador. Ahora bien, obviamente, esto es un asunto muy extenso y amplio, y así, lo que quiero hacer al comienzo es distinguir los límites precisos de nuestro interés.
Para nuestros propósitos, supongo dos cosas: Primero, que los dones para predicar y ministrar ya están presentes. En segundo lugar, que los dones se han desarrollado suficientemente como para garantizar su reconocimiento por parte del pueblo de Dios y de la Iglesia de Dios, de modo que el hombre que posee esos dones probados está, en el lenguaje del apóstol Pablo, trabajando en la Palabra y en la doctrina.
Nuestro interés, por tanto, tiene que ver con la educación y el cultivo de esos dones de predicación que ya están siendo empleados en la obra del ministerio.
Quiero decir otra cosa a manera de introducción. No creo que las Escrituras enseñen que la única tarea de un pastor sea la predicación, o que la predicación sea el único don dado por Dios que necesita cultivarse. No es infrecuente para mí pasar, en una semana concreta, diez, doce o a veces muchas más horas que eso en el pastoreo personal, pastoral e individual. (Me gusta mucho más ese término que el término aconsejar, por causa de la orientación y las connotaciones humanistas que han rodeado el concepto entero de aconsejar).
Ciertamente no creo que la Biblia enseñe que la tarea del predicador se termina, ni está remotamente completa, cuando ha predicado, o aun predicado bien. Al tratar, pues, este tema —“Los dones del predicador”— y en particular, la maduración de esos dones, quiero que se entienda que estoy refiriéndome únicamente a la enseñanza pública, al ministerio de la predicación, porque es tan vital y fundamental en cuanto a todo lo demás. Pero esto ciertamente no es el todo y la sustancia de los dones del pastor que deben estar presentes y que, necesariamente, han de ser cultivados.
Ante todo, consideraremos juntos la necesidad del cultivo consciente de nuestros dones para la predicación; luego, en segundo lugar, las motivaciones apropiadas para el cultivo consciente de nuestros dones para la predicación; y en tercer lugar, algunas directrices prácticas para el cultivo consciente de nuestros dones para la predicación.